El Consenso de Washington fue un término acuñado en 1989 por el economista John Williamson con el objetivo de describir un paquete de reformas «estándar» para países en desarrollo azotados por la crisis financiera, según las instituciones bajo la órbita de Washington D. C. (como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos).[1] Las fórmulas abarcaban políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica con respecto al comercio, la reducción del Estado y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía interna.[2]
Posteriormente a la aceptación de la frase de Williamson, y a pesar de su enfática oposición, el término de «Consenso de Washington» ha sido utilizado de forma genérica para referirse al fundamentalismo de mercado.
Las discusiones sobre el Consenso de Washington han sido por mucho tiempo polémicas. Pero hay diferencias substanciales implicadas sobre los méritos y consecuencias de varias de las distintas fórmulas políticas involucradas. Algunas de las críticas discutidas en este artículo están en desacuerdo, por ejemplo, con el énfasis del consenso original en la apertura de los países en desarrollo a los mercados mundiales, ya que ellos lo ven como un excesivo enfoque en el fortalecimiento de la influencia de las fuerzas del mercado doméstico, posiblemente a expensas de funciones clave del Estado. También se ha criticado la aplicación del modelo de manera ideológica, carente de pragmatismo y sin adaptación a cada una de las realidades, que así produce resultados como los que acabamos de señalar.
Para otros analistas, examinados a continuación, el punto en cuestión no es tanto lo que está incluido en el Consenso de Washington sino lo que falta. A pesar de estas áreas controvertidas, un gran número de autores e instituciones en materia de desarrollo aceptan ahora la proposición más general de que las estrategias necesitan adaptarse a las circunstancias específicas de cada país.