El corporativismo es una doctrina política, económica y social surgida en Europa a mediados del siglo XIX como alternativa al liberalismo[1] y al socialismo (ha sido calificado por ello como el tercer «-ismo»)[2] que proponía un modo de producción capitalista de tipo corporativo, ya que apostaba por la creación de corporaciones, inspiradas en los gremios de las sociedades preindustriales,[3] en las que se encuadrarían empresarios y trabajadores para alcanzar la «armonía social» (en contraposición a la «lucha de clases» del marxismo). «El corporativismo perseguía la puesta en marcha de nuevos mecanismos de regulación de las relaciones laborales que eliminasen los componentes de incertidumbre y conflicto inherentes al modelo liberal, pero dejaba intactas el núcleo central de las relaciones sociales capitalistas, en particular el derecho de propiedad y la subordinación del factor trabajo al capital».[4]
Su formulación inicial fue obra de pensadores antiliberales y tuvo su primer impulsor en la Iglesia católica, lo que dio nacimiento al catolicismo social basado en la llamada doctrina social de la Iglesia. El corporativismo vivió su máximo auge en el periodo de entreguerras[5] en que al corporativismo católico se sumó el «corporativismo autoritario», cuyo modelo fue el corporativismo fascista de la Italia de Mussolini (y las ideas gremialistas de Émile Durkheim)[6] y que fue aplicado por varios países europeos no democráticos, como Portugal, Austria, Alemania o España (la Organización Corporativa Nacional de la Dictadura de Primo de Rivera y la posterior Organización Sindical de la Dictadura de Franco).[7] Surge entonces el Estado corporativo caracterizado por la «supresión de la libertad sindical, la intervención del Estado en una gran parte de los asuntos económicos y sociales, un régimen autoritario de signo tecnocrático (“social” según su terminología), y todo ello sin afectar a las divisiones sociales existentes».[8]
Después de la Segunda Guerra Mundial el corporativismo quedó completamente desprestigiado al asociarse con los fascismos derrotados[8] y el término adquirió un carácter peyorativo, para referirse a la defensa de intereses particulares que no tenían en cuenta si perjudicaban o no al conjunto de la sociedad (en su tercera acepción la RAE define así el corporativismo: «En un grupo o sector profesional, actitud de defensa a ultranza de la solidaridad interna y los intereses de sus miembros»). El uso neutral o positivo del término quedó limitado a las ciencias sociales e incluso en español se prefirió usar a veces en su lugar el término «corporatismo» (más cercano al corporatism inglés o al corporatisme francés).[9]
El corporativismo suele asociarse a visiones políticas promotoras de un «bien común» predeterminado en rechazo del libre mercado,[cita requerida] como pueden serlo el conservadurismo, el fascismo, el nacionalismo[10] o el integrismo[11].