El culto heroico fue una de las características más peculiares de la antigua religión griega. En griego homérico, héroe (ἥρως, hḗrōs, posteriormente cognado con el latín vir y el español «viril») que traduce «defensor» o «protector», se refiere al hijo o hija de un ser humano y un dios o diosa. Sin embargo, para el periodo histórico la palabra había pasado a significar específicamente un hombre muerto, venerado en su tumba o en un santuario llamado heroon, gracias a que su fama en vida (como fundador de la ciudad, como héroe civilizador o como guerrero) o su forma inusual de morir le otorgaba el poder de apoyar y proteger a los vivos. Un héroe era más que un humano pero menos que un dios, y varias figuras sobrenaturales llegaron a asimilarse a la categoría de héroes; la distinción entre un héroe y un dios era borrosa, especialmente en el caso de Heracles, el héroe más prominente, si bien atípico.[1]