Jheronimus van Aken (Bolduque, c. 1450-1516), llamado familiarmente Joen y conocido como Jheronimus Bosch o Hieronymus Bosch,[2] en idioma español el Bosco, fue un pintor nacido al norte del Ducado de Brabante, en los actuales Países Bajos, autor de una obra excepcional tanto por la extraordinaria inventiva de sus figuraciones y los asuntos tratados como por su técnica, al que Erwin Panofsky calificó como artista «lejano e inaccesible» dentro de la tradición de la pintura flamenca a la que pertenece.[3]
El Bosco no fechó ninguno de sus cuadros y son relativamente pocos los que llevan una firma que pueda considerarse no apócrifa. Lo que se conoce de su vida y de su familia procede de las escasas referencias que aparecen en los archivos municipales de Bolduque y, en especial, en los libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora, de la que fue miembro jurado. De su actividad artística tan solo se documentan algunos trabajos menores no conservados y el encargo de un Juicio Final que en 1504 le hizo Felipe I de Castilla. De ninguna de las obras que actualmente se le atribuyen ha llegado documentación producida en vida del pintor y las características de su singular estilo se han podido fijar únicamente a partir de un reducido número de obras mencionadas en las fuentes literarias, todas ellas posteriores a la muerte del pintor y, en algún caso, de dudosa fiabilidad al no distinguirse desde muy pronto las obras genuinas del Bosco de las de sus imitadores.[4] El Bosco adquirió fama aún en vida como inventor de figuras maravillosas y de imágenes llenas de fantasía, y no tardaron en salirle seguidores y falsificadores que harían de sus temas e imaginaciones un verdadero género artístico, difundido también a través de tapices bordados en Bruselas y estampas, muchas de ellas firmadas por Hieronymus Cock.[5]
Felipe II de España, entre los primeros y más insignes coleccionistas de sus obras, pudo reunir un importante número de ellas en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y el Palacio Real de El Pardo. En su entorno surgieron también los primeros críticos e intérpretes de la obra del Bosco. El jerónimo fray José de Sigüenza, historiador de la fundación escurialense, resumió las razones de esa preferencia en la singularidad y profundidad del pintor, características que lo hacían diferente de cualquier otro, pues, según decía:
la diferencia que [...] hay de las pinturas de este hombre a las de los otros, es que los demás procuraron pintar al hombre cual parece por defuera; este solo se atrevió a pintarle cual es dentro.[6]