Un escudo es el arma defensiva activa más antigua utilizada para protegerse de las armas ofensivas y para un ataque. Se conoce al menos desde la época sumeria (III milenio a. C., en Mesopotamia) y será utilizado en Occidente hasta el siglo XVII, cuando las armas de fuego individuales se generalizaron, quedando así obsoleto. Comúnmente se embraza en el brazo izquierdo y ayuda a cubrir el cuerpo de los embates sin impedir la utilización del brazo derecho para contraatacar. El escudo ha sido usado por casi todas las culturas humanas para la defensa en la lucha, tanto a distancia como cuerpo a cuerpo, por su versatilidad para cubrir al luchador de las agresiones con armas arrojadas o blandidas.
Conoció grandes modificaciones tanto en los materiales como en su forma, ya sea a través de los tiempos o por regiones geográficas, adaptándose a los cambios tecnológicos o tácticas para asegurar la máxima protección a los combatientes. Cada vez que una nueva arma de potencial letal más importante era introducida, el escudo se espesaba o la calidad de sus materiales crecía, hasta que la pólvora, que lanzaba proyectiles perforantes a gran distancia, convirtieron su uso inútil en el campo de batalla. En numerosas regiones del globo donde el sistema tribal aún persiste (Oceanía, África, etc.), los escudos eran utilizados a comienzos del siglo XX.
A partir del siglo XX, el escudo reencuentra una utilización en el seno de numerosas fuerzas de policía en la lucha antidisturbios, en la que sirve de protección contra los lanzamientos, y también como apoyo para rechazar a los manifestantes (llevado habitualmente por los policías en primera línea). Está realizado con material plástico, en general transparente, a fin de permitir la visión y simultáneamente la protección de la cara.
Otra versión moderna es usada también por fuerzas especiales o de élite particularmente para asedio y control de situaciones de toma de rehenes. Generalmente están realizados en acero reforzado y cerámica.