El kitsch (/ˈkɪtʃ/)[1] es un estilo artístico considerado «cursi», «adocenado», «siútico», «hortera» o «trillado» y, en definitiva, vulgar, aunque pretencioso y por tanto no sencillo ni clásico ni naíf, sino de mal gusto y regresivo o infantiloide.
Fue definido en el campo de la estética en los años treinta por Hermann Broch (1886-1951), Walter Benjamin (1892-1940), Theodor Adorno (1903-1969) y Clement Greenberg (1909-1994), con el propósito de definir lo opuesto al arte de Vanguardia o avant-garde. En aquella época el mundo del arte percibía la popularidad de lo kitsch como un peligro para la cultura. Más tarde fue definido sobre todo en Alemania en los años setenta.
Desde un punto de vista marxista, Theodor Adorno percibía lo kitsch en términos de lo que él llamaba la industria cultural, donde el arte es controlado y planeado por las necesidades del mercado y es dado a un pueblo pasivo que lo acepta. Lo que es comercializado es un arte que no cambia y que es formalmente incoherente, pero que sirve para dar a la audiencia ocio y algo que mirar. El arte para Adorno debe ser subjetivo, cambiante y orientado contra la opresiva estructura del poder, y afirmaba que el kitsch es una parodia de la catarsis, y también parodia de la verdadera conciencia estética. Los rasgos que definen lo kitsch según esta perspectiva son la inoriginalidad o imitación y la pretenciosidad, el «deseo de aparentar ser»; en este sentido, todas las imitaciones y copias son manifestaciones de lo kitsch y el empleo en este tipo de obras de materiales no genuinos, sucedáneos o impropios.
El kitsch alude a un tipo de relación estética del ser humano con las cosas o con el ambiente. Es un concepto universal y corresponde sobre todo a una época de génesis estética y a un estilo de ausencia de estilo, a una función de confort sobreañadida a las funciones tradicionales de un objeto. Es un «nada está de más» del progreso.[2]