En la Europa medieval, una marca era, en términos generales, cualquier tipo de territorio fronterizo,[1] en oposición a un "corazón" nacional. Más específicamente, una marca era una frontera entre reinos o una zona de amortiguación neutral bajo el control conjunto de dos Estados en los que se podían aplicar diferentes leyes. En ambos sentidos, las marcas tenían un propósito político, como advertir sobre incursiones militares o regular el comercio transfronterizo.
Así como los condados estaban tradicionalmente gobernados por condes, las marcas dieron lugar a títulos como marqués (masculino) o marquesa (femenino); en Inglaterra, marquess (masculino) o marchioness (femenino); en Francia y Escocia, marquis (masculino) o marquise (femenino); en Alemania, margrave (en alemán: Markgraf, lit. 'march count'; masculino) o margravina (en alemán: Markgräfin, lit. 'march countess' femenino); y a títulos correspondientes en otros Estados europeos.
La dependencia o independencia del señor feudal con respecto al poder central dependía de la mayor o menor capacidad de este para mantener su autoridad y el control efectivo sobre la lengua de su territorio, cuestión especialmente delicada, dada la tendencia del feudalismo a la disgregación del poder.
Estas marcas existieron en varias entidades políticas de la Edad Media: bajo el Imperio carolingio, el Sacro Imperio Romano Germánico y en al-Ándalus.[2]