El perfume (proveniente del latín per, 'por' y fumare, 'a través del humo') hacía referencia, en tiempos muy antiguos, a la sustancia aromática que desprendía un humo fragante al ser quemada. Los romanos no utilizaron la palabra perfume y según demuestra el filólogo Joan Corominas, esta aparece por primera vez en lengua catalana en la obra El Terç del Crestià (1388) de Francesc Eiximenis. También otras obras como Lo Somni (1399) de Bernat Metge y Spill (1456) de Jaume Roig mencionan la costumbre de perfumarse en la alta sociedad catalana. No será hasta 1528 que la palabra perfume aparecerá en la literatura francesa. En la actualidad, la palabra perfume se refiere al líquido aromático que usa una persona, para desprender un olor agradable.[1]
Los árabes introdujeron en la península ibérica una cultura de la higiene más sofisticada y les fragancias de origen oriental. En Europa la Iglesia católica condenaba el uso personal de fragancias y solo usaba incienso en los edificios religiosos para disimular el mal olor de los fieles. La nobleza catalana, en cambio, adquiriria el hábito de usar esencias aromáticas i los mercaderes catalanes llevarian estas sustancias a puertos de todo el Mediterráneo europeu. Como no había una palabra para nombrar estas fragancias, los catalanes inventaron la palabra perfume, que hacia referencia a 'fumigar con humos y vahos de hierbas aromáticas'. Cuando vendían estos productos en Europa, lo hacían con ese nombre, y así perfume sería adaptado a otros idiomas, en especial durante el siglo XVI.[2]
El término perfumería tiene cuatro acepciones,[3] pudiendo referirse a un establecimiento comercial donde venden perfumes, al arte de fabricar perfumes, al conjunto de productos y materias de la industria del perfume, o al lugar donde se preparan los perfumes o se perfuman ropas o pieles.