El Renacimiento carolingio es la denominación acuñada por el filólogo e historiador Jean-Jacques Ampère en 1832[1] para designar, por comparación con el Renacimiento italiano de los siglos XV y XVI, al periodo de resurgimiento cultural que se dio en el ámbito del Imperio carolingio a fines del siglo VIII y comienzos del siglo IX, coincidiendo con los primeros carolingios (Carlomagno y Ludovico Pío).
Durante este período hubo un aumento de los estudios artísticos, literarios, jurídicos y litúrgicos (se reformaron los ritos sacramentales).[2] También se desarrolló el empleo del latín medieval y la minúscula carolingia, proveyendo un lenguaje común y un estilo de escritura que permitieron una mejora de la comunicación entre la minoría culta de la mayor parte de Europa. Se utiliza incluso la expresión humanismo carolingio para designar la labor de recuperación de la cultura clásica latina que se dio esencialmente en los monasterios carolingios y en la Escuela Palatina de Aquisgrán, bajo la dirección de Alcuino de York.[3] La actividad política y legislativa de la corte carolingia (incluso en cuestiones como la reforma monetaria, la demarcación territorial civil —condados, ducados, marcas— y la reordenación de las provincias eclesiásticas —se restauró la autoridad de los arzobispos sobre los obispos sufragáneos—) estuvo tan vinculada a estos aspectos, que se denominan conjuntamente con la expresión reformas carolingias,[4] y se explicitó en textos que pueden considerarse manifiestos del programa reformador de Carlomagno, como la Admonitio Generalis[5] (789) o la Epistula de litteris colendis.[6]
La conveniencia del uso del término renacimiento para describir este período es objeto de debate, entre otras razones porque la mayoría de los cambios en este período se limitaron casi completamente al ámbito del clero y fueron dirigidos desde el poder como un programa consciente, careciendo del dinamismo social que caracterizó al Renacimiento de la Edad Moderna.[7] Más que un renacimiento de nuevos movimientos culturales, consistió en un intento de recrear el Imperio romano, y unificar la diversidad cultural europea bajo el cristianismo romano.[8]
El Imperio carolingio marcó el inicio de una nueva concepción de las relaciones entre Iglesia y Estado. Carlomagno se veía a sí mismo como un defensor del cristianismo, identificado con la (Iglesia católica). Además, como la mayoría de los clérigos sabían leer y escribir, su ayuda era imprescindible para su administración, así como para crear un sistema educativo. La fuerte alianza entre Estado e Iglesia que caracterizó al renacimiento carolingio y le permitió llevar a cabo sus reformas, determinó su naturaleza teocéntrica, a diferencia del antropocentrismo humanista del Renacimiento propiamente dicho.