Rogier van der Weyden

Rogier van der Weyden (Rogero Bruxelensis), grabado de Cornelis Cort para la obra de Dominicus Lampsonius: Pictorum Aliquot Celebrium Germaniae Inferioris Effigies, Amberes, Hieronymus Cock, 1572.

Rogier van der Weyden, también conocido como Rogier de la Pasture[nota 1]​ (Tournai, hacia 1399/1400-Bruselas, 18 de junio de 1464), fue un pintor primitivo flamenco, nombrado en 1435 pintor de la ciudad de Bruselas. Aunque gozó de considerable prestigio en vida y fue uno de los más influyentes artistas de su tiempo, no se conocen pinturas firmadas ni existe documentación precisa sobre contratos o recibos de pago que permitan asignarle con entera certeza ninguna obra. Las atribuciones se han hecho tomando como punto de partida tres tablas (Tríptico de Miraflores, Descendimiento del Museo del Prado y Calvario del Monasterio de El Escorial) relacionadas de antiguo con Van der Weyden y de las que se puede seguir el rastro hasta los siglos XV o XVI. Entre las obras atribuidas, junto con pinturas religiosas y de devoción, a menudo formando trípticos que en algún caso alcanzan grandes dimensiones, se encuentran retratos de personajes de la corte de Borgoña, que con frecuencia se presentan también como retratos de devoción en forma de dípticos, y una miniatura, la que sirve de frontispicio de las Chroniques de Hainaut de Jean Wauquelin, cercana a algunos pequeños trabajos sobre tabla como la Virgen entronizada del Museo Thyssen-Bornemisza o el San Jorge y el dragón de la National Gallery of Art. Además, pudo proporcionar los dibujos empleados en la ejecución de retablos esculpidos en madera, como el de la iglesia de la Asunción de Laredo (Cantabria), o en bordados y tapices como el de la historia de Jefté.[1]

Capaz de crear apariencia de vida gracias a la extraordinaria minuciosidad con que aborda los detalles menudos, como las lágrimas que escurren por las mejillas, los bordados de un tejido o la sombra de las barbas mal afeitadas, Van der Weyden rompe en su pintura con los límites entre lo real y lo esculpido al situar a sus figuras en espacios con frecuencia inverosímiles o irreales, con escalas contrarias a la lógica y, sin embargo, intensamente emotivas y de gran fuerza estética por la armonía de sus composiciones.[2]


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  1. Campbell (2015), p. 37.
  2. Campbell (2015), p. 15.

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