En la mitología griega Ares (en griego antiguo Ἄρης; en griego moderno, Άρης; en latín, Ares), hijo de Zeus y Hera, es el dios olímpico de la guerra. En Homero, pese a la importancia de sus padres, Ares aparece como odiado por los dioses, divinidad sanguinaria y salvaje y con escasa personalidad individual. También es descrito en los poemas homéricos como una metonimia para la guerra.[1] Su equivalente romano es Marte. Cornuto cree que Enío podría ser la madre, hija o nodriza de Ares.[2]
Ares sintetiza todos los males y horrores que produce la guerra a ojos de los hombres.[3] Esto se puede apreciar cuando Ares va acompañado por su séquito de abstracciones que representan los horrores y la crueldad de la guerra, como «el Terror (Deimo), la Huida (Fobo), y la Disputa (Eris), furiosa sin medida»;[4] o «Enío, saqueadora de ciudades»;[5] y también «el isolente Tumulto de la lid (Cidoimos)».[6] También se puede apreciar cuando se describe a Ares como «abominable»,[7] «feroz»,[8] «violento»,[9] o «fuente de lágrimas»[10] y especialmente «estrago de mortales, manchado de crímenes, salteador de murallas».[11]
En los himnos homéricos se asocia a Ares con el planeta astrológico Marte, y en consecuencia se lo ensalza con rasgos positivos y deseables que no se presentan en la poesía épica. Es el espíritu del ardor combativo. Se lo llama poderoso, de intrépido corazón, salvador de ciudades, vallador del Olimpo, auxiliador de la Justicia (Dike), padre de la Victoria (Nike), guía de los varones justos, poseedor del cetro de la hombría o incluso dispensador de la arrojada juventud.[12]
A pesar de ser identificado como dios de la guerra no siempre salió victorioso en los combates. Su hermana Atenea, diosa también de la guerra y mucho más hábil que él, lo venció varias veces en combate. En cierta ocasión Atenea guiaba el carro de Heracles frente a Ares, que hacía lo mismo con Cicno. Ares le arrojó la lanza a Heracles pero Atenea la desvió con su mano. Finalmente Heracles consiguió herir al propio Ares y sus hijos Fobos y Deimos tuvieron que retirarlo herido del combate.[13] En otra ocasión, cuando Atenea acompañaba a Diomedes, oculta bajo la invisibilidad del morrión de Hades, guio la pica del héroe que consiguió herirle en el ijar a Ares, que comenzó a sangrar y a gritar: «bramó el broncíneo Ares con un alarido como el que profieren nueve mil o diez mil hombres en el combate».[14] Durante la guerra de Troya sucedió que los dioses se enfrentaron entre ellos y Atenea se encaró contra Ares.[15] Ares consiguió acertarle con la lanza a Atenea en su égida, luego la diosa retrocedió, cogió una enorme piedra negra y se la arrojó a Ares en el cuello, doblegando sus miembros; el inmenso cuerpo de Ares, tendido en el suelo, ocupaba siete yugadas en su caída.[16]
En la guerra de Troya en un primer momento peleó con un bando y luego con el otro, para compensar el coraje de ambas partes. Su mano destructiva se veía incluso tras los estragos provocados por plagas y epidemias.[17] Esta faceta salvaje y sanguinaria de Ares lo hacía ser detestado por otros dioses, como le recrimina Zeus:
«¡No me vengas, veleidoso, a gimotear sentándote a mi lado! Eres para mí·el más odioso de los dioses dueños del Olimpo, pues siempre te gustan la disputa, los combates y las luchas. Tienes el furor incontenible e irreprimible de tu madre, de Hera, a la que yo sólo a duras penas doblego con palabras».[18]
«Ares» fue también un adjetivo y epíteto en la época clásica para referirse a otros dioses cuando presentaban una modalidad guerrera, violenta o viril: eran comunes los títulos Zeus Areios, Atenea Areia e incluso Afrodita Areia.[19][20]